Por Enrique Huerta Berríos (*)
El economista Henry George (1839-1897) alertó al mundo que estamos ante el gran enigma de nuestros tiempos. La gran esperanza de los hombres al producirse la revolución industrial era el surgimiento de una generosa situación material y como consecuencia, un ambiente moral realizador de la Edad de Oro que siempre ha soñado la humanidad; sin embargo reflexionó que: “Verdad es que un desengaño ha seguido a otro desengaño. Descubrimiento tras descubrimiento e invento tras invento, ni han disminuido la fatiga de los que más necesitan descanso, ni han traído la abundancia al pobre (…) Evidentemente, hemos de colegir que, bajo todas estas cosas, hay una causa común (…) y que ésa es, o lo que llamamos progreso material, o algo íntimamente ligado a él, resulta más que una deducción al observar que los fenómenos agrupados con el nombre de crisis económicas no son sino intensificaciones de los que siempre acompañan al progreso material y que se muestran con mayor claridad y fuerza a medida que éste avanza. ”[1]. ¿Cómo va la humanidad? ¿Cuál es la cuestión social del siglo XXI? ¿Cómo se viene resolviendo ésta?. Aquí algunos recuentos y reflexiones.
Evolución de la población mundial y su distribución
La población mundial actual se acerca a 7,325 millones de habitantes[2]. Desde el inicio de nuestra era, hasta hoy, la población humana se ha distribuido desigualmente entre los continentes del globo. El grueso se ha concentrado en Asia, seguido de Europa y África. América, en cambio, ha tenido relativamente menos habitantes que todos los demás, tal como se muestra en la información del siguiente gráfico de Piketty (2014) [3].
Distribución de la producción mundial
Probablemente los siglos XIX, XX y lo que ya vivimos del siglo XXI, a diferencia de los siglos antepasados, se han caracterizado por un vertiginoso aumento en el poder de producir bienes y servicios en multiplicidad de formas y circunstancias, es decir, de una cuantiosa riqueza.
Sin embargo, en todas partes donde el progreso ha sido cada vez mayor éste se ha realizado más a plenitud; es decir, donde la población se ha densificado más, los ingresos y patrimonios se han acumulado más y más, y el mecanismo de la producción y el intercambio se han desarrollado localmente y más aún, globalmente, nos encontramos con la pobreza más paupérrima, la desigualdad más extrema, la corrupción más enredada y extendida, la más violenta lucha por la existencia humana, y una ociosidad por demás forzada y obligada por los hechos sociopolíticos.
En este sistema social, sencillamente,
el progreso está unido a la miseria humana en una extraña asociación que al
paso del tiempo se hace cada vez más sólida y contradictoria[4].
Es como en una moneda cualquiera: el sello y la cara, no existe el uno sin
lo otro. Se trata, de un matrimonio de facto cuestionable por la
miseria y la desigualdad que genera. En la información del siguiente gráfico, también
extraído del francés Piketty (cit.) se verifica la historia de la desigual distribución
de la riqueza mundial, concentrada en Europa y Norteamérica, y ahora último la tendencia apunta hacia el continente asiático. La marginación de África y América Latina (que aparece escondida entre los datos de América) es
notable y continua.
Sin embargo, el pérfido matrimonio entre el progreso y la pobreza es, probablemente, el mayor problema humano de los últimos tiempos; es decir, del tiempo que les tocó vivir a nuestros bisabuelos, abuelos y padres; el tiempo que nos está tocando vivir a los que somos de esta generación y el tiempo que les tocará vivir a la próxima generación (nuestros hijos y nietos), si antes no hay un cambio positivo de ese prolongado e indeseable matrimonio.
Como dice Paúl Krugman, Premio Nobel de Economía
2008[5],
es cierto que ha habido una revolución tecnológica en el mundo y últimamente la
muy mentada revolución de las tecnologías de la información que, en términos prácticos
resulta “poco útil” a la luz de una evaluación
desapasionada de sus resultados económicos.
Más aún, el matrimonio Progreso-Pobreza no se ha disuelto, ni siquiera resquebrajado; por el contrario, se ha consolidado local y globalmente.
Nunca como ahora la distribución de la riqueza mundial fue tan extremadamente desigual, pues según el valioso reporte de la riqueza mundial 2014 de Credit Suisse[6], el 0.7% de la población mundial híper rica (35 millones de personas) concentra el 44% de la riqueza mundial (116 trillones de US $); mientras que el mayoritario 70% de la población pobre (3,282 millones de habitantes) apenas recibe 2.9 % de esa riqueza total (7.6 trillones de US$), tal como se puede constatar con la información del siguiente gráfico.
Más aún, el matrimonio Progreso-Pobreza no se ha disuelto, ni siquiera resquebrajado; por el contrario, se ha consolidado local y globalmente.
Distribución de la riqueza mundial en el siglo XXI
Nunca como ahora la distribución de la riqueza mundial fue tan extremadamente desigual, pues según el valioso reporte de la riqueza mundial 2014 de Credit Suisse[6], el 0.7% de la población mundial híper rica (35 millones de personas) concentra el 44% de la riqueza mundial (116 trillones de US $); mientras que el mayoritario 70% de la población pobre (3,282 millones de habitantes) apenas recibe 2.9 % de esa riqueza total (7.6 trillones de US$), tal como se puede constatar con la información del siguiente gráfico.
La pirámide nos dice que unos pocos, más aún, poquísimos, son los ultra ricos, los que tienen de todo y de sobra, mientras que muchos, muchísimos son los pobres, los que tienen muy poco, y a veces nada, ni siquiera para comer.
Se trata de una realidad muy compleja e indeseable por sus consecuencias negativas para las grandes mayorías, realidad de la que nacen los grandes problemas económicos, sociales y políticos que tienen cabizbajo y meditabundo a un gran sector del mundo y sus líderes.
Es con estas complicaciones con las que luchan vanamente los maestros, filósofos, economistas, políticos, sociólogos, abogados e ingenieros, y que también enfrentan las autoridades estatales, los filántropos de aquí y de allá y los integrantes de la sociedad en general.
¿Cómo resolver ese gran problema de la humanidad? Por supuesto que todos los seres humanos tenemos este elevado reto y la responsabilidad social de contribuir a la solución; pero como economistas ¿Cómo solucionarlo, al menos en parte, desde la organicidad y los métodos de la Economía política? Esta es la gran cuestión.
La cuestión social del siglo XXI
Se trata de una realidad muy compleja e indeseable por sus consecuencias negativas para las grandes mayorías, realidad de la que nacen los grandes problemas económicos, sociales y políticos que tienen cabizbajo y meditabundo a un gran sector del mundo y sus líderes.
Es con estas complicaciones con las que luchan vanamente los maestros, filósofos, economistas, políticos, sociólogos, abogados e ingenieros, y que también enfrentan las autoridades estatales, los filántropos de aquí y de allá y los integrantes de la sociedad en general.
¿Cómo resolver ese gran problema de la humanidad? Por supuesto que todos los seres humanos tenemos este elevado reto y la responsabilidad social de contribuir a la solución; pero como economistas ¿Cómo solucionarlo, al menos en parte, desde la organicidad y los métodos de la Economía política? Esta es la gran cuestión.
Hay
que encontrar luces en medio de la oscuridad, mejor aún, hay que encender los
faros para iluminar la noche oscura y tormentosa usando los métodos y
herramientas de la Economía política, esto es, investigando organizada, inteligente
y acuciosamente esa controvertida realidad, repleta de fenómenos por demás complejos, intrincados
e inexplicados.
Si las ideas logradas, a partir de los trabajos más serios y esclarecedores, permiten concebir y proponer nuevas propuestas y éstas chocan con nuestros prejuicios o los de mucha gente, al basurero con ellos, no vacilemos; si destronan a los teóricos, “dueños de la verdad”, allá ellos; si derrocan a los políticos y personajes poderosos e intocables o si traen abajo a las instituciones que durante mucho tiempo han sido consideradas justas, naturales y necesarias, no nos detengamos, reemplacèmoslas. No debemos retroceder nunca y mucho menos rendirnos. Sigamos adelante, cueste lo que cueste, con tal de que esas ideas nos lleven a construir una sociedad humana de cuerpo entero, una sociedad que genere bienestar para todos; dicho más sencillamente, una sociedad de trabajadores y emprendedores, una sociedad justa, pacífica, solidaria, equilibrada y responsable por sus cuatro costados.
En esta línea, Thomas Piketty ya ha dado las pautas para avanzar en la equidad de ingresos. Luego de estudiar las causas de la crisis del Capital en el siglo XXI y concluir que la disparidad de ingresos y patrimonios está aumentando extraordinariamente en las últimas décadas, por lo que ha propuesto a las autoridades fiscales del mundo, como medida de "justicia tributaria" -y creo que rememorando a la histórica propuesta del "impuesto único" de Henry George- la aplicación de un impuesto progresivo a la renta y al patrimonio progresivos a los los más ricos del planeta. Con ello el Estado podría transferir ingresos a los más pobres e impedir que el flagelo de la pobreza se agrave o extienda por el planeta y termine avivando los conflictos sociales que, por la historia, sabemos que a inicios del siglo XX terminaron en la primera y segunda guerra mundial. No esperemos una tercera guerra mundial, ha anticipado Piketty. Conozcamos su teoría, analicemos el remedio propuesto y de ser eficaz, aboguemos por ella y sumemos nuevas propuestas.
Si las ideas logradas, a partir de los trabajos más serios y esclarecedores, permiten concebir y proponer nuevas propuestas y éstas chocan con nuestros prejuicios o los de mucha gente, al basurero con ellos, no vacilemos; si destronan a los teóricos, “dueños de la verdad”, allá ellos; si derrocan a los políticos y personajes poderosos e intocables o si traen abajo a las instituciones que durante mucho tiempo han sido consideradas justas, naturales y necesarias, no nos detengamos, reemplacèmoslas. No debemos retroceder nunca y mucho menos rendirnos. Sigamos adelante, cueste lo que cueste, con tal de que esas ideas nos lleven a construir una sociedad humana de cuerpo entero, una sociedad que genere bienestar para todos; dicho más sencillamente, una sociedad de trabajadores y emprendedores, una sociedad justa, pacífica, solidaria, equilibrada y responsable por sus cuatro costados.
Algunas respuestas a la cuestión social
En esta línea, Thomas Piketty ya ha dado las pautas para avanzar en la equidad de ingresos. Luego de estudiar las causas de la crisis del Capital en el siglo XXI y concluir que la disparidad de ingresos y patrimonios está aumentando extraordinariamente en las últimas décadas, por lo que ha propuesto a las autoridades fiscales del mundo, como medida de "justicia tributaria" -y creo que rememorando a la histórica propuesta del "impuesto único" de Henry George- la aplicación de un impuesto progresivo a la renta y al patrimonio progresivos a los los más ricos del planeta. Con ello el Estado podría transferir ingresos a los más pobres e impedir que el flagelo de la pobreza se agrave o extienda por el planeta y termine avivando los conflictos sociales que, por la historia, sabemos que a inicios del siglo XX terminaron en la primera y segunda guerra mundial. No esperemos una tercera guerra mundial, ha anticipado Piketty. Conozcamos su teoría, analicemos el remedio propuesto y de ser eficaz, aboguemos por ella y sumemos nuevas propuestas.
Si de veras compartimos aún esta
convicción y esperanza, si queremos resolver el gran enigma de nuestros tiempos adelantado por Henry George, pongamos las manos a la obra: investiguemos con idoneidad y mucho compromiso social, y hagamos una verdadera revolución
pacífica, empezando por nuestra localidad, región y nación y continuando a escala
global. El sistema social del siglo XXI es, por ahora, un mundo incierto y
autodestructivo del homo sapiens. ¡Humanicemos a la sociedad, ahora!.
Referencias
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(*) Es Doctor en Economía, M. Sc en Economía
Agrícola, ex Rector de la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo, ex
Decano de la Facultad de Economía y Contabilidad y Profesor principal de la Escuela de Post grado
de dicha Universidad.