A continuación presentamos una porción novedosa e interesante de la ejemplar biografía de Steve Jobs, el Genio de
la Era del Conocimiento que acaba de fallecer fulminado por un extraño cáncer. Se fue a la temprana edad de 56 años,
justo cuando su creatividad crecía y prometía nuevos frutos. En
estas líneas, conozcamos al ser substancial de este admirable genio innovador, nacido en
Los Altos, EE.UU. y de la entrañas de una madre biológica que no le deseó y entrego
en adopción a personas ajenas. Son de la pluma de su biógrafo
personal que intenta explicar por qué era distinto que los demás y cómo llego a tocar el cielo del éxito. ¡Steve Jobs, hasta siempre!
REPORTAJE:
PRIMER PLANO
El biógrafo del empresario explica las claves de su ascenso hacia la cima del éxito.
·
Era
un maestro a la hora de combinar ideas, arte y tecnología
·
Quería
la perfección y controlaba de principio a fin todos los productos
·
Le
salía urticaria al ver sus programas en el burdo equipo de otra empresa
·
¿Por
qué una biografía? "Quería que mis hijos me conociesen"
La saga de Steve Jobs es un exponente
perfecto del mito de la creación de la revolución digital: poner en marcha una
nueva empresa en el garaje de los padres y convertirla en la compañía más
valiosa del mundo. Aunque no inventó muchas cosas directamente, Jobs fue un
maestro a la hora de combinar ideas, arte y tecnología de formas que
repetidamente inventaban el futuro. Diseñó el Mac tras darse cuenta del poder
de las interfaces gráficas de un modo que Xerox fue incapaz de apreciar y
creó el iPod tras descubrir la felicidad de llevar 1.000 canciones en el
bolsillo de un modo que Sony, que poseía todos los activos y la herencia, nunca
pudo lograr. Algunos líderes impulsan las innovaciones siendo buenos en un
contexto general. Otros lo hacen dominando los detalles. Jobs hizo ambas cosas,
incesantemente.
En consecuencia, revolucionó seis sectores: los
ordenadores personales, las películas animadas, la música, los teléfonos, los
miniordenadores táctiles y la publicación digital. Incluso se podría añadir un
séptimo: las tiendas minoristas, que Jobs no solo revolucionó, sino que
reinventó. De paso, no solamente creó unos productos revolucionarios, sino
también, en su segundo intento, una empresa duradera, que lleva su ADN y está
llena de diseñadores creativos e ingenieros temerarios capaces de sacar
adelante su visión.
Jobs se convirtió así en el más grande de todos los
ejecutivos empresariales de nuestra era, el que con más seguridad será
recordado dentro de un siglo. La historia le colocará en un panteón justo al
lado de Edison y Ford. Más que ninguna otra persona de su época, fabricó
productos que eran completamente innovadores, combinando el poder de la poesía
y el de los procesadores. Con una ferocidad que podía hacer que trabajar con él
fuese tan desasosegante como inspirador, también construyó la que llegó a ser,
al menos durante una temporada este mes pasado, la empresa más valiosa del
mundo. Y fue capaz de infundirle la sensibilidad para el diseño, el
perfeccionismo y la imaginación que probablemente la conviertan, incluso
durante décadas, en la empresa que más prospera en el terreno situado entre el
arte y la tecnología.
A principios del verano de 2004
recibí una llamada telefónica de él. Había mantenido conmigo una amistad
dispersa a lo largo de los años, con ocasionales subidas de intensidad,
especialmente cuando lanzaba un nuevo producto que quería que saliese en la
portada de Time o en la CNN, lugares donde yo había trabajado. Pero
ahora que yo ya no estaba en ninguno de esos sitios, no había sabido mucho de
él. Hablamos un poco sobre el Instituto Aspen, al que me había unido hacía
poco, y le invité a dar una charla en nuestro campus de verano en Colorado. Le
encantaría ir, me dijo, pero no para estar en el escenario. En vez de eso,
quería que diésemos un paseo para que pudiésemos hablar.
Aquello parecía un poco raro. Yo no sabía todavía que
dar un largo paseo era su manera preferida de mantener una conversación seria.
Resultó que quería que escribiese una biografía suya. Yo había publicado hacía
poco una sobre Benjamin Franklin y estaba escribiendo otra sobre Albert
Einstein, y mi reacción inicial fue preguntar, medio en broma, si se veía a sí
mismo como el sucesor natural de esa secuencia. Como yo daba por hecho que él
todavía estaba en medio de una carrera oscilante a la que le quedarían muchas
más subidas y bajadas, puse reparos. No ahora, dije. Quizá en una década o dos,
cuando te retires.
Pero después supe que me había llamado justo antes de
que fuesen a operarle de cáncer por primera vez. Mientras le veía combatir esa
enfermedad, con una intensidad formidable combinada con un romanticismo
emocional asombroso, llegué a encontrarle profundamente conmovedor y me di
cuenta de lo profundamente que su personalidad estaba engranada en los
productos que creaba. Sus pasiones, perfeccionismo, demonios, deseos, dotes
artísticas, maldades y obsesión por el control estaban intrínsecamente
relacionados con sus planteamientos empresariales, así que decidí tratar de
escribir su historia como caso práctico de creatividad.
La teoría de campos unificados que vincula la
personalidad de Jobs y los productos empieza con su rasgo más destacado, su
intensidad. Era evidente incluso en el instituto. Por entonces ya había
iniciado los experimentos de toda su vida con las dietas compulsivas
-normalmente, solo frutas y verduras-, así que era tan delgado y enjuto como un
galgo inglés. Aprendió a mirar a la gente sin parpadear y perfeccionó unos
largos silencios salpicados de estallidos de conversación rápida entrecortada.
Esta intensidad alimentó una visión binaria del mundo.
Sus compañeros lo remitían a la dicotomía del héroe y el imbécil; uno era lo
uno o lo otro, a veces en el mismo día. Lo mismo servía para los productos, las
ideas, incluso la comida: algo era "lo mejor que había existido
nunca", o bien absolutamente espantoso. Podía probar dos aguacates,
indistinguibles para los mortales corrientes, y declarar que uno de ellos era
el mejor que jamás se había cultivado y que el otro no era comestible.
Se veía a sí mismo como un artista, lo cual le imbuyó
una pasión por el diseño. Cuando estaba construyendo el primer Macintosh, a
principios de los años ochenta, no dejaba de insistir en que el diseño fuese
"más amable", una idea ajena a los ingenieros de equipos informáticos
de la época. Su solución fue hacer que el Mac recordase a una cara humana, e
incluso procuró que la franja que quedaba sobre la pantalla fuese delgada para
que no pareciese la cara de un neandertal.
Captaba intuitivamente las señales que un buen diseño
emitía. Cuando él y su compañero diseñador, Jony Ive, construyeron el primer
iMac en 1998, Ive decidió que debía llevar un asa encajada en la parte de
arriba. Era algo más bromista y semiótico que funcional. Se trataba de un
ordenador de sobremesa. Realmente, no mucha gente iba a llevarlo de aquí para
allá. Pero enviaba la señal de que uno no tenía que tenerle miedo a la máquina;
uno podía tocarla, y ella lo respetaría a uno. Los ingenieros objetaron que
haría subir el coste, pero Jobs ordenó que se hiciese.
Su búsqueda de la perfección le condujo a la obsesión
de que Apple controlase de principio a fin todos los productos que fabricase. A
la mayoría de los piratas informáticos y aficionados les gustaba personalizar,
modificar y enchufar cosas diversas a sus ordenadores. Para Jobs, esto
representaba una amenaza para una experiencia sin altibajos de principio a fin
para el usuario. Su socio original, Steve Wozniak, que en el fondo era un
pirata, no estaba de acuerdo. Quería incluir ocho ranuras en el Apple II para
que los usuarios introdujesen las placas base pequeñas y los dispositivos
periféricos que les diese la gana. Jobs accedió a regañadientes. Pero unos años
más tarde, cuando construyó el Macintosh, Jobs lo hizo a su manera. No había
ninguna ranura, ni puerto adicional, e incluso usó unos tornillos especiales
para que los aficionados no pudiesen abrirlo y modificarlo.
El instinto de control de Jobs hacía
que le saliese urticaria, o algo peor, cuando contemplaba los fantásticos
programas de Apple funcionando en un burdo equipo de otra empresa, y era
igualmente alérgico a la idea de que aplicaciones o contenidos no aprobados
contaminasen la perfección de un dispositivo de Apple. Esta capacidad para
integrar el hardware y el software y el contenido en un
sistema unificado le permitió imponer la simplicidad. El astrónomo Johannes
Kepler afirmaba que "la naturaleza ama la simplicidad y la unidad".
Lo mismo le pasaba a Steve Jobs.
Esto llevó a Jobs a decretar que el sistema operativo
Macintosh no estuviese a disposición de los equipos de ninguna otra empresa.
Microsoft siguió la estrategia contraria y permitió que el sistema operativo
Windows tuviese licencias de uso promiscuamente concedidas. Ello no generó los
ordenadores más elegantes, pero sí permitió a Microsoft dominar el mundo de los
sistemas operativos. Después de que la cuota de mercado de Apple se redujese a
menos del 5%, el enfoque de Microsoft fue declarado ganador en el campo de los
ordenadores personales.
A la larga, sin embargo, el modelo de Jobs resultó
tener algunas ventajas. Su insistencia en la integración de principio a fin le
dio ventaja a Apple, a principios de la década de 2000, para desarrollar una
estrategia de centro digital, que permitía al ordenador de sobremesa conectarse
sin problemas con diversos dispositivos portátiles y gestionar el contenido
digital. El iPod, por ejemplo, formaba parte de un sistema cerrado y
estrechamente integrado. Para usarlo, uno tenía que usar el programa iTunes de
Apple y descargar contenido de la tienda iTunes. La consecuencia fue que el
iPod, como el iPhone y el iPad que lo siguieron, era una delicia elegante, a
diferencia de los toscos productos rivales, que no ofrecían una experiencia sin
contratiempos de principio a fin.
Para Jobs, la fe en un enfoque integrado era una
cuestión de rectitud. "No hacemos estas cosas porque seamos unos
maniáticos del control", explicaba. "Las hacemos porque queremos
fabricar grandes productos, porque nos importa el usuario y porque nos gusta
asumir la responsabilidad de toda la experiencia en vez de producir la
porquería que otros fabrican". También creía que estaba ofreciendo un
servicio a las personas. "Están ocupadas haciendo lo que sea que hagan
mejor y quieren que nosotros hagamos lo que mejor hacemos. Sus vidas están
abarrotadas; tienen cosas mejores que hacer que pensar en cómo integrar sus
ordenadores y dispositivos".
En un mundo lleno
de dispositivos que son basura, programas anticuados, mensajes de error
inescrutables e interfaces desagradables, la insistencia de
Jobs en un enfoque integrado condujo a unos productos asombrosos caracterizados
por unas experiencias muy agradables para los usuarios.
Usar un producto de Apple podía ser tan sublime como caminar por uno de los
jardines zen de Kioto que Jobs adoraba, y ninguna de estas experiencias se
conseguía rindiendo culto en el altar de la apertura ni permitiendo que se
abriesen mil flores. A veces es agradable estar en manos de un maniático del
control.
Hace unas semanas,
visité a Jobs por última vez en su casa de Palo Alto. Se había trasladado a un
dormitorio en el piso de abajo porque estaba demasiado débil para subir y bajar
escaleras, y se retorcía con algunos dolores, pero su mente seguía siendo aguda
y su humor vibrante. Hablamos de su infancia y me dio algunas fotografías de su
padre y su familia para que las usase en mi biografía. Como escritor, yo estaba
acostumbrado a ser imparcial, pero me sobrevino una oleada de tristeza cuando
intentaba despedirme. Para enmascarar mi emoción, hice la única pregunta que
todavía me desconcertaba. ¿Por qué se había mostrado tan ansioso, durante casi
50 entrevistas y conversaciones en el transcurso de dos años, por abrirse tanto
para un libro cuando normalmente era tan discreto? "Quería que mis hijos me conociesen", respondió. "No
siempre estuve ahí para ellos y quería que supiesen por qué y que comprendiesen
lo que hice".
Walter Isaacson es
el autor de la
biografia de Steve Jobs, escrita con la colaboración del propio Jobs, que será
publicada el 28 de octubre por la Editorial Debate.
Referencia: Tomado de
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